

Fundamentos Teológicos del Icono
La existencia y veneración del icono en la tradición de la iglesia no son meras prácticas culturales, sino que están profundamente arraigadas en los dogmas centrales de la fe cristiana, principalmente en la Encarnación del Verbo.
La Encarnación como Justificación Dogmática.
El principio fundamental que legitima la imagen sagrada es que el Dios invisible se hizo visible. La prohibición de imágenes en el Antiguo Testamento era una medida pedagógica para proteger a Israel de la idolatría de las naciones vecinas, ya que Dios aún no se había revelado en una forma visible. Como afirma San Juan Damasceno, "estaríamos verdaderamente equivocados si hiciésemos una imagen del Dios invisible. Porque es imposible poner en imagen lo que es incorporal e invisible".
Esta prohibición se vuelve obsoleta con la venida de Cristo. El Verbo (Logos), la segunda Persona de la Trinidad, al asumir una naturaleza humana completa, se hizo "descriptible".
El Verbo indescriptible del Padre se hizo descriptible al encarnarse de ti, Madre de Dios. — Condac del Domingo de la Ortodoxia (primer domingo de Cuaresma).
El Sínodo Quinisexto o Concilio de Trullo (692), en su Canon 82, estableció formalmente la superioridad de la representación directa de Cristo sobre los antiguos símbolos (como el cordero), precisamente para "contemplar con los ojos la humillación del Verbo de Dios". Por tanto, la creación de un icono es una afirmación dogmática de la verdad de la Encarnación contra herejías como el docetismo, que negaba la realidad del cuerpo de Cristo.
El Verbo como Icono del Padre.
La teología patrística profundiza esta idea al afirmar que el Hijo es, en su esencia misma, el "Icono" eterno y perfecto del Padre. San Pablo se refiere a Cristo como "imagen (eikón) del Dios invisible" (Colosenses 1:15) y "la irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia" (Hebreos 1:3). Los Padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría y Orígenes, desarrollaron esta noción:
• El Verbo como Revelación: El Hijo es el Icono del Padre porque revela los secretos paternos. Es la Palabra (Logos) a través de la cual el Padre se comunica.
• El Esplendor de la Luz: El Credo Niceno lo llama "Luz de Luz". El Verbo es el reflejo y el resplandor de la gloria eterna del Padre.
• La Imagen de la Bondad: Orígenes lo llama "imagen de la bondad de Dios", ya que en el Hijo no hay una bondad diferente de la que está en el Padre.
• La Plenitud de la Belleza: Gregorio de Nisa afirma que "el Hijo está en el Padre como la belleza de la imagen reside en su forma arquetípica".
La fórmula de San Ireneo resume esta relación: "El Padre es lo invisible del Hijo, mientras que el Hijo es lo visible del Padre".
Teología de la Presencia, la Gloria y la Deificación (Théosis).
El icono no es simplemente un retrato; es un lugar de encuentro y un vehículo de la gracia. El Séptimo Concilio Ecuménico (Nicea II, 787), que restauró la veneración de los iconos, estableció la distinción crucial entre proskynesis (veneración relativa, debida al icono) y latreia (adoración absoluta, debida solo a Dios). La veneración otorgada a la imagen "pasa sobre el prototipo", según la fórmula de San Basilio el Grande. Esto es posible porque existe una identidad de persona (hipóstasis) entre la imagen y el representado, aunque sus naturalezas (madera y pintura vs. carne y divinidad) sean diferentes.
El contenido último del icono es la deificación (théosis), el propósito final de la Encarnación: "Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios por la gracia". El icono representa a la persona no en su estado caído, sino en su estado transfigurado, penetrado por la luz increada del Tabor.
"El icono no representa la Divinidad; indica la participación del hombre en la vida divina." — Leonid Uspensky.
Por lo tanto, el icono es una ventana al Reino de Dios, mostrando la humanidad restaurada en su "belleza original" y unida a la "belleza divina".